Libros que aplastan Rosas


Libros que aplastan Rosas

Diera la impresión, y digo solo diera, de que ya no quedan suelos disponibles en Córdoba para seguir creciendo como ciudad. Mal tiene que andar la disponibilidad de suelo público aquí para que no haya otro sitio para poner una biblioteca, que la preciosa rosaleda que remata el monumental eje verde que son los Jardines de la Victoria.
Esta acción de ocupación de suelo público, pudiera ser un indicio claro del abuso que la corporación municipal ha hecho en estos años malayos de los solares que son propiedad de todos. No es de extrañar que en la reciente negociación por el pacto de gobierno de la ciudad entre IU y PSOE, la siempre deseada Gerencia de Urbanismo haya sido en esta ocasión una “patata caliente” que nadie quería. Quedan pocas plusvalías que recoger ya en los agotados suelos de esta sufrida ciudad. Sólo desde esta óptica se puede comprender que todas las instituciones, Ministerio de Cultura, Ayuntamiento de Córdoba y Junta de Andalucía esté completamente de acuerdo en robarles a los cordobeses este precioso y centenario jardín para ubicar allí sus logotipos. Sorprenden porque mientras por un lado sus discursos están repletos de “ciudad sostenible, ecología, medio ambiente, cambio climático, ciudadanos soberanos, participación” por otro son capaces de tomar decisiones tan incómodas, impopulares e incongruentes como esta de aplastar la bella y céntrica rosaleda para edificar una biblioteca en la ciudad que, paradojas de la vida, acaba de inaugurar la mayor biblioteca municipal de Andalucía.

Los jardines de las ciudades son del pueblo, y si no existe, debería escribirse una ley que impida toda mercantilización de este suelo de todos, aunque esta esté amparada bajo la excusa de la cultura o incluso de “lo público”. El pueblo es soberano y los jardines sin duda también. Tendría que haber una ley que les prohibiera abusar así de la propiedad de todos, sea cual sea la “sociedad limitada” que ostente en cada momento el poder de las urnas. He visto tirar viejas bibliotecas para levantar pisos, quién dice que esa tierra que es de los cordobeses, no acabará al tiempo convertida por decreto en un rentable negocio para el nieto de don alguien y solo para él.

Deberíamos poder preguntarle a los autores de esos libros que hoy, en manos de otro, aplastan rosaledas, que le parece la intervención de nuestro Ministerio. Qué diría Lorca de esta situación, y Alberti, y Cernuda y tantos y tantos cultivadores de la belleza, que serían unánimes. Hagan si no la prueba, pregunten a Saramago, a Paco de Lucía, a Serrat, a Sabina, y a cualquiera que hoy siga cultivando eso que ustedes parecen haber perdido hace mucho tiempo, la belleza y la naturalidad. Pregunten a los músicos que nos visitarán en el festival de la guitarra, pregunten a los poetas del cosmos que nos visitan, pregunten y luego dígannos que opinó el mundo de la cultura de esta acción paradigmática de la incultura.
Libros que pisan rosas para robarnos nuestros Jardines.


EL IMPLACABLE ROBO DE LOS JARDINES DE CÓRDOBA
La historia no es nueva y el cordobés lo sabe. Los Jardines de Agricultura nacen sobre los terrenos de solaz aledaños al lienzo oeste de la primera muralla romana que abrigó la ciudad desde su fundación hasta mediados del siglo XVIII. Poco a poco va surgiendo por ese antiguo solaz que hoy es la rosaleda, un espacio público ajardinado para dar desahogo a una ciudad que empezaba a derribar murallas y a crecer. Lentamente, como no puede ser de otra manera en los Jardines van configurándose en un gran pasillo verde que une el mítico Guadalquivir con nuestra imponente Sierra Morena en un punto geográfico en el que casi se dan la mano. Su momento de máximo esplendor coincide con un hecho que marcaría un hito que invirtió la tendencia. El investido de poder de turno cedió por 50 años al empresario Meliá una generosa parcela dentro de ese jardín público para construir un rentabilísimo hotel de lujo. Son tiempos de desarrollismo. Este solar es famoso hoy por haber sido tema de polémica arquitectónica tan popular, que hizo pasar de puntillas el hecho cierto de que después de cincuenta años de cesión, este no ha revertido de nuevo a la ciudad.
A esa ocupación le siguieron por el “bien común” otras ocupaciones de terreno para instalaciones diversas, colegio y parque vial que junto al hotel conforman hoy una de las mayores manzanas de Córdoba y barrera arquitectónica tan insalvable como un bloque compacto de pisos. Todo esto usurpando jardines públicos.

Las primeras décadas de la democracia dan un respiro a nuestros viejos jardines. Este eje verde se fija en la retina y en la pequeña historia de cada uno de nosotros. La década de los 90 y su permanente estado de pelotazo, vuelve a poner en peligro la vida de este patrimonio de todos. Los negociadores de suelo vuelven a clavar sus ojos en ese privilegiado y céntrico terreno de una forma inquietantemente ansiosa. En muy pocos años se instala un horripilante baratillo que impide la visión de las zonas verdes a los muchos transeúntes que lo cruzan. Recientemente la Constructora PRASA que construye su hotel dentro también de terrenos públicos de este jardín, no contentos con el “favorcillo” recibido, solicitó también la cesión de los terrenos aledaños ya hoy ocupados por el “bien público”. Recientemente, la remodelación de la exquisita Caseta del Círculo, ha supuesto una agresión de miles de metros de la zona más céntrica de estos jardines. Un enorme y horripilante edificio de servicios adosado y de magnitud considerable, ha convertido la vista oeste de estos jardines en un polígono industrial. Delante una gran zona árida previsiblemente para vehículos ha arrasado un buen número de los personales parterres que configuraban estas zonas de jardín.
La última la rosaleda, aplastada ahora en estos tontos tiempos por los libros. Así poco a poco pero tenazmente, unos y otros nos van sustrayendo nuestros espacios verdes, NUESTROS jardines. Ahora entiendo porqué no se integró la rosaleda en la reciente reforma de los llanos de la estación, y porqué siempre han hecho tan incomodo su acceso. Ellos trabajan despacio, pero no paran, y en su punto de mira están desde hace tiempo los valiosos suelos de los Jardines de la Victoria. Ante una ciudad dormida ellos se están apoderando del patrimonio de todos.

Quede esta acción de nuestras instituciones como símbolo de su sensibilidad y como una muestra clara de sus vulgares intenciones. Quizás sean los jardines públicos un medidor exacto de la calidad de los políticos que transitan un lugar. Porque sucede que cuando los políticos han sido buenos para el pueblo, los jardines siempre han crecido, pero cuando el pueblo a caido en manos de malos o ambiciosos políticos, estos siempre han menguado.

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